
Es la misma mujer, en la misma cama, con el mismo sobresalto y con la misma inocencia a punto de florecer. Es el mismo temblor del cuerpo disponiéndose a desentumecerse. Es la misma mirada hacia un infinito que ella misma tendrá que deletrear. Y son las mismas sábanas transparentes y mentirosas que se enredan en los muslos de la mujer.
Dos versiones de una misma realidad, pero para pensamientos distintos. Por eso digo que a los pintores les encanta lo mismo dos veces, para que lo que se ha escapado en la primera, resalte en la segunda. Pero insisto en que no hay más que un desnudo: éste.
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